Bodas de Rubí





Doña Cristina Monasterios de Aduviri se presenta así, enfatizando ambos apellidos. Y como la pregunta reiterada es cómo conoció a su marido (cuando en verdad quiero preguntarle cómo, cuándo y por qué el destino los juntó como dos piezas de una máquina de hacer dinero), ella repite, presumiendo, que pronto cumplirá 40 años de matrimonio. Y cumplió.
El domingo de resurrección, en la iglesia del señor del Gran Poder, la pareja Aduviri Monasterios, 4 veces pasante de la festividad del mismo nombre, celebró sus Bodas de Rubí. Envueltos en una cadena de oro de 2 metros renovaron sus votos con la bendición del cura español que los miraba con admiración. Hoy en día los matrimonios son desechables. Pasada la ceremonia religiosa el matrimonio recibió los abrazos de parientes, amigos y vecinos de la zona en la puerta de la iglesia, con mistura blanca, morenada y banda que pasaba por ahí. Al frente los esperaba una camioneta roja doble cabina, modelo 2009, demasiado grande para el ancho de la calle, lista para llevarlos a dar un paseo por la ciudad. Recorrieron plazuelas, cruzaron el puente de Las Américas, se tomaron fotos y acabaron comiendo fricasé. A las cuatro de la tarde finalmente aparecieron en salón Capitolio de la populosa zona de San Pedro, detrás del mercado Rodríguez. Sus 5 hijos organizaron una fiesta sorpresa con 300 invitados. El regalo vendrá después: un viaje por Europa.
Doña Cristina nació en La Paz y es comerciante-propietaria de la galería Gran Poder, experta en tecnología japonesa de televisores y DVD´s. Su esposo viene de una comunidad del altiplano, fue músico conocido y hoy administra galpones y una gasolinera en El Alto. Todos sus hijos son profesionales, uno con maestría. Doña Cris puso a sus hijos en el colegio Don Bosco y qué. Fue la única mamá de pollera, tesorera de la promoción. Sus hijas ya no usan pollera. Johny, como en "Chuquiago" (la película), es el hijo mayor, también pasante y ahora presidente de la fraternidad. Su esposa es abogada, su hermana también. De modo que la fiesta reunió a sus compañeros de trabajo, de terno y corbata. Un collage de rostros paceños de norte -clase media naranja- a sur - jailones acholados- y de este a oeste -los cholos de verdad-. Todos cumplieron el ritual del ingreso al salón con varias cajas de cerveza, cocteles y mistura, con la sobriedad japonesa de la cultura aymara que con la cumbia y el reaggetón pierde la gala, pero inicia así el baile de la entre-culturalidad. Estoy invitada y vivo en la zona sur donde a la vuelta de la fiesta, con mis segundas derramo misturas en el pasillo de mi edificio con pedigrí, celebrando la certeza de este ch’enko total.

Comentarios

pablo r. ha dicho que…
Un maravilloso ejemplo de lo porosas que son las fronteras entre el mundo indígena, el mundo mestizo y el mundo occidental.

Saludos,

PD: Cecilia: te dejé un comentario en "Fut-bolero", ¿no era digno de publicarse?

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