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VJ Movement

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“¡Que se vaya, carajo!”

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Para Emilio, para recordarle que su salto al abismo valió la pena, porque hoy vivimos en democracia. A las 6 de la mañana del lunes 11 de mayo de 1981 sonó el teléfono. En La Paz habían apresado al Gral. Alberto Natusch Bush, sospechoso de conspirar contra la dictadura de Luis García Meza que había comenzado a perseguir, apresar y posiblemente intentar asesinar a sus propios camaradas. Esa fue la gota que colmó el vaso de una lealtad no sólo malentendida sino intencionalmente confundida con complicidad. Porque García Meza y los suyos habían hecho del país su hacienda privada, del Estado su cuenta corriente, del gobierno su instrumento de abuso y de las Fuerzas Armadas su pretexto: licencias para el crimen, el festín, el narcotráfico y la corrupción. Pero la dictadura se equivocó. Creyó que sus camaradas le temían. Cierto. Pero no todos. Esa mañana de mayo de 1981, a menos de un año de haber iniciado su gobierno, 12 militares al mando del Tcnl. Emilio Lanza, acabaron con el sueño del di

Postales contrabandistas

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Cuando tenía 10 años viajaba a la frontera con Argentina desde Tupiza como gran cosa. Debió haber sido como ir de paseo un domingo muy largo. De aquellos años recuerdo los alfajores de chocolate y chocolate blanco que comprábamos en caja de cartón, como gran cosa. También recuerdo un juego de dormitorio que está en uso hasta hoy, 30 años después. Gran cosa. Vuelvo a esa frontera para mirar extasiada esta postal. De Pando a Villazón sin demasiado aspaviento. Tengo en la retina la fotografía de aquellas decenas de cuerpos casi asexuados que cargan un quintal de harina sobre sus espaldas casi setenta veces durante el día, ida y vuelta por el puente que separa (o une) Bolivia de Argentina en la frontera entre Villazón y La Quiaca. Coca en la boca y en la mano una bolsa para amarrar la carga, corren desde el lado boliviano sesenta metros levantando polvo, apurados porque la competencia es demasiada. Casi al mismo paso, cien kilos encima, regresan con la harina argentina. Dejan la carga y o

Bodas de Rubí

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Doña Cristina Monasterios de Aduviri se presenta así, enfatizando ambos apellidos. Y como la pregunta reiterada es cómo conoció a su marido (cuando en verdad quiero preguntarle cómo, cuándo y por qué el destino los juntó como dos piezas de una máquina de hacer dinero), ella repite, presumiendo, que pronto cumplirá 40 años de matrimonio. Y cumplió. El domingo de resurrección, en la iglesia del señor del Gran Poder, la pareja Aduviri Monasterios, 4 veces pasante de la festividad del mismo nombre, celebró sus Bodas de Rubí. Envueltos en una cadena de oro de 2 metros renovaron sus votos con la bendición del cura español que los miraba con admiración. Hoy en día los matrimonios son desechables. Pasada la ceremonia religiosa el matrimonio recibió los abrazos de parientes, amigos y vecinos de la zona en la puerta de la iglesia, con mistura blanca, morenada y banda que pasaba por ahí. Al frente los esperaba una camioneta roja doble cabina, modelo 2009, demasiado grande para el ancho de la call

Fut-bolero

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Nunca fui fanática del fútbol pero en la década del 90, entre Argentina y Brasil, me gustaban los brasileños. Seguramente pensaba en sus telenovelas, en la playa, en Jorge Amado y Caetano Veloso. Es más, recuerdo haber llorado alguna derrota brasileña ante los gauchos que festejaban como insultando. Poco después cambié de bando. Todas mis razones son ciertamente extra futbolísticas y melodramáticas. La primera fue una cuestión digamos de identidad y de identificación con los débiles del mundo. Qué tal. En 1990 se jugó en Italia la final de la copa mundial. Argentina se enfrentaba a Alemania. Ningún escéptico del planeta escapaba a una batalla tal. Menos yo. Porque como suele suceder con los apasionamientos, se trataba de una pulseta entre latinoamericanos tercermundistas y europeos top miembros del G-7. Bueno, esa era mi telenovela personal. Ganó Alemania. Y en La Paz festejaron la victoria germana los changos del colegio alemán, sus amigos y los anti argentinos. El efecto fue inmediat

La Barbarella

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No es fácil amar a este país. Digo, amarlo en serio. Porque la fotografía de postal es otra cosa. Y el enamoramiento a la moda del etnocentrismo presidencial también. Para amar Bolivia hay que palparla como hacen los ciegos con la superficie rugosa. No he viajado todo lo que quisiera pero creo que suficiente como para sentir que vivo este país milímetro a milímetro y gota a gota. Será porque mi padre me enseñó a conocerlo desde niña y para eso no sólo vivimos en varios sitios sino que viajamos de rincón en rincón en una camioneta americana roja, vieja, gorda y techada con carpa de plástico negro. Eso sí, coqueta. Muy a su estilo, mi viejo la llamó “Barbarella”. Cuánta tierra comí montada sobre el colchón que mi papá puso en esa carrocería para aliviar el traqueteo. Cuántos ríos crucé con el agua hasta la cintura misma de la voluminosa Barbarella. Años después me contaron que alguna vez las aguas del turbión estuvieron a punto de arrastrarnos y yo, que tenía como diez años, sólo recuerd